Creación, Imagen de Dios, Pecado y Gracia.


Fotografia de Riolama Fernandez. Portal de la Catedral de Santiago de Compostela en España


 Todas las culturas a lo largo de la historia han relacionado a Dios, de una u otra forma, con el cosmos. Es usual encontrar en la historia de todos los pueblos del mundo, alusión a dioses o deidades que representan elementos de la naturaleza. La época de los profetas, cuando fue escrito el relato de la Creación bíblico, era una época politeísta, caracterizada por una idolatría con marcados rasgos cosmogónicos, como la adoración al Sol y otros astros. El relato de la creación surge de un pueblo esclavizado, cuya única esperanza de liberación es su alianza con Dios. El autor sagrado usa el material disponible para la época para relatar la creación del mundo, donde la idolatría no deja de estar presente en el pueblo, por ello el autor deja claro que los astros también son creación de Dios. El relato de la Creación no debe tomarse como un dato histórico, geológico ni biológico, su intención es demostrar que el Dios de Israel es tan poderoso que lo creó todo, incluso los astros, “es más poderoso que todos los dioses” juntos, (Sal 20, 96, 134,). La concepción de Dios como el creador del Universo y de todo cuanto existe, incluso del hombre, sienta las bases del monoteísmo, aún vigente: Hay un solo Dios todopoderoso creador del cielo y de la tierra (de todo cuanto existe).

Ni la naturaleza  ni el hombre están viciados desde su concepción, pues Dios los creó buenos, a su imagen y semejanza “Y vio Dios que era bueno” (Gn 1,1-31). El mal se hace presente en el mundo desde el momento en que el hombre pretende que con su libertad, su discernimiento, su capacidad de crear y de obrar y su autodeterminación no sólo puede igualarse a Dios sino prescindir de él. De alguna manera en el pecado original se engloban todos los pecados juntos, la envidia y la soberbia del querer ser como Dios, la codicia del poder de Dios, la gula al comer del árbol prohibido, la lujuria y la ira  o la pasión con que se desobedeció, la desidia o falta de fortaleza para mantenerse firme en las disposiciones del Señor. El pecado original no sólo como todos los pecados del mundo, sino como los pecados de todos. No como parte de nuestra naturaleza sino como la fuerza que nos separa de nuestra propia naturaleza: la naturaleza divina de Dios, de la que somos imagen, el espejo en que nos debemos mirar.

Pero la creación es mucho más que la obra y el arte de Dios, la creación procede del amor de Dios, de su designio de autocomunicarse y de su voluntad de donación gratuita, la de dar a sus criaturas la posibilidad de su propia esencia, para ello Dios crea un ser de su misma esencia, su Hijo, Cristo. El hombre carne trasciende su finitud adhiriéndose a Cristo, así el hombre resulta en una nueva creación: un hombre nuevo, los hombres en Cristo, la nueva creación.

Dios en su inmensa generosidad engendró a su hijo de sí mismo en sí mismo “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). Dios es Padre en tanto que engendró a su Hijo. El Hijo (Verbo) está en Dios y es Dios, no es inferior al Padre, sino participa de su misma esencia divina. “Todas las cosas por él fueron creadas” (Jn 1,3). Dios creó el universo por el Verbo y para el Verbo. “nada llegó a ser sin él”, con el Verbo y para el Verbo crea las innumerables criaturas que junto a El llegarán a ser hijos de Dios.

Solamente por la vida y especialmente por la muerte y resurrección de Jesús, los hombres pueden ser admitidos a participar de las bendiciones del Reino Mesiánico, y la bendición más estimable es la vida de Unión con el propio Cristo: la Gracia de Dios.

El Hijo de Dios encarnado en Jesús de Nazaret había vivido con el Padre desde toda la eternidad. Del evangelio de Juan se deduce la preexistencia de Jesús (Jn 1,1.30). El Hijo no actúa por sí mismo sino que repite y reproduce la acción del Padre (Jn 5,19), refleja perfectamente el carácter del Padre (Jn 14,9) y ver a Jesús es ver al Padre.

En Jesús, divinidad y humanidad están unidas en indisoluble unidad. Jesús es el portador de la Revelación y de la Gracia de Dios.  “La gloria del Hijo del Hombre es su revelación del carácter y naturaleza de Dios. A través de Jesús, Dios proclama su propia naturaleza, su divinidad y la divinidad de la vida creada. Según su naturaleza, los hombres no nacen de Dios, pero los que aceptan a Jesús y su misión, sí lo son, estos forman una nueva humanidad cuya fuente y modelo es el Hijo de Dios. Es así como Jesús entra en relación con la humanidad, con la nueva humanidad redimida” (3).

La palabra se hizo carne. La carne se convirtió en vehículo de vida espiritual y de Verdad. Jesús, “por ser verdadero Dios y verdadero hombre, por ser imagen de Dios y arquetipo de la humanidad, es el mediador entre Dios y los hombres y así también es mediador del verdadero conocimiento y de la salvación” (3).

La salvación es el fruto de la vida humana de Cristo, que incluye su muerte y su resurrección y consecuentemente se revela a  todas sus acciones. La salvación fue realizada por Cristo Jesús y a través de él se ofrece al hombre. La actividad salvífica de Jesús está dirigida a las necesidades de los hombres, en esto consiste la Gracia de Dios. La Salvación es una experiencia presente que Dios concede al hombre por medio de los sacramentos, lo que implica la bajada de un Dios redentor a este mundo abandonado al imperio del pecado, de la ignorancia y de la muerte. A su vuelta a los cielos, el redentor deja los medios sacramentales para que los hombres puedan seguir sus pasos y elevarse a la divinidad.

La creación, en definitiva, no es más que una simple muestra de lo infinito e ilimitado de la misericordia de Dios. Dios, más allá de ser el Creador, es Amor.


  BIBLIOGRAFÍA


1.    La Biblia Latinoamericana.


2.    Guías de Antropología Teológica.   

  1. KINGSLEY BARRET, Charles. El Evangelio según San Juan








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