MI HISTORIA MUSICAL





MI HISTORIA MUSICAL Y MI TRAUMA CON SILVIO RODRIGUEZ


 Mi padre solía despertarnos los sábados con la Polonesa Heroica de Chopin, mientras mi madre soñaba entre semanas con Franz Liszt. Mis hermanas y yo jugábamos con el Cascanueces y armábamos escándalos con saltos y brincos al son del 1812 de Tchaikovski. Cuando fui a la Universidad me incliné por el rock, especialmente por temas que a nadie le gustaban y que hoy son reconocidos como clásicos. A los 20 años me mudé con mi novio y el llenó mi vida cotidiana de fastidio y aburrimiento haciéndome escuchar rutinariamente a Silvio Rodríguez. Tener 20 años y escuchar a Silvio Rodríguez no es para gente normal así que casi me enfermé y suplicante le pedí que me comprara música clásica. Intentando ser complaciente se apareció con un disco de Richard Clayderman, y eso casi me mata, pues este es un experto en descomponer música maravillosa y compleja en desabrida y mediocre. Entre la modorra de Silvio y Clayderman, en soledad y a escondidas, bailaba con Michael Jackson y saltaba en mi cama con la versión de 1992 de Layla de Eric Clapton, pero el cansancio de oír a Silvio cada mañana me hizo añorar mi música de infancia y así reencontré a Tchaikovski, esta vez escuchando repetidamente su Sinfonía Patética, pero aún así logré deprimirme. En pleno desconsuelo encontré a Wagner y con Tannhäuser y Parsifal lloré a cántaros y hasta me despeché como cualquier latino al ritmo de rancheras. Wagner me hizo madurar y pensar más en mi misma, por él decidí dejar lo que tenía y cambiar mi vida, estoy fundamentalmente agradecida a la Cabalgata de las Walkirias. Buscándome a mi misma encontré al maestro Handel, la exaltación del instrumento vocal por encima de cualquier otro instrumento, el maestro me abrió el horizonte, hizo lo que mi padre de niña, me levantó en brazos y me mostró el cielo y la copa de los árboles y dijo que todo eso estaba allí para mi y que tomara lo que quisiera y dejara lo que no me gustaba. Así apareció el barroco en mi vida. Vivaldi, Bach y Albinoni plenaron mis mañanas, mis tardes, mis noches y mis madrugadas. Schubert sustituyó al Chopin y al Liszt de mi infancia y Mozart alternaba con Michael, cada uno según su propia genialidad y niñez eterna. María Callas llegó a callar a cuanta música ponían mis vecinos imponiéndose como las cúspides rocosas del precámbrico en Imataca. Ella trajo al presente todas las épocas, todos los países, todas las leyendas y todos los compositores y me hizo entender el paisaje donde estoy, por ella pude amansar mis oídos y los hizo tolerantes a veces e intolerantes otras. Ahora oigo todo lo que me provoca cuando me provoca. Sin embargo, aún sigo sin entender porqué si existe Joaquín Sabina, todavía hay gente que soporta a Silvio Rodríguez.



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