Dei Verbum

Dei   Verbum

Por Riolama Fernández

La Iglesia católica ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que ha sacralizado el cuerpo y la sangre de Cristo, representados en la hostia y en el vino, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Liturgia.

La Sagrada Escritura juntamente con la Sagrada Tradición se considera la regla suprema de la fe, puesto que según la religión, fueron inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo. Por consiguiente, toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutre de la Sagrada Escritura, y se rige por ella. Es tanta la eficacia que radica en la Biblia, considerada “Palabra de Dios”, que es, en verdad, no solamente apoyo y vigor de la Iglesia, fortaleza de la fe, sino también alimento perenne de la vida espiritual y también de la vida cotidiana.

Como la palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia católica ha procurado y procura que se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos originales y primitivos y son estas traducciones, aprobadas por la Autoridad de la Iglesia, las que son usadas por todos los cristianos, incluso por los no católicos.

Más allá de la “Palabra de Dios” como tradición eclesial está la profunda y clara conciencia que la palabra misma es Dios, porque es precisamente a través del verbo que Dios se revela al hombre, la revelación como un acto libre, gratuito y generoso, como solamente generosa puede ser la palabra ya sea de Dios o del hombre. Por amor, Dios tiene la iniciativa de revelar su existencia al hombre, su plan salvífico, para su redención y el gozo de la “Vida Eterna” o inmortalidad, porque el hombre solamente logra la eternidad por la palabra, la suya y la de Dios.

En el Génesis se revela una Palabra creadora. Dios crea al mundo con la palabra: “Y dijo Dios - Hágase la luz. Y así fue” (Gen 1, 3). En el Antiguo Testamento Dios se revela al pueblo de Israel también a través de la palabra. Dios habla a Abraham y le ofrece la tierra prometida: “a tu simiente daré esta tierra” (Gen 12, 7). A Moisés le revela su nombre: “Yaveh” (Ex, 3, 4), aclarando su unicidad y eternidad “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob” (Ex 6,2-3). Dios también se expresa de manera escrita a través del Decálogo de La Ley, dado a Moisés (Ex 24,12). Igualmente, desde el Antiguo Testamento se revela Dios misericordioso y se promete la Revelación definitiva de Dios, “el señor de la historia”, “el siervo doliente de Yaveh”, el Mesías, y se promete que la injusticia y la maldad no triunfarán (Is 52,13-15; 53, 1-12). En los Evangelios o Nuevo Testamento se revela el plan salvador de Dios a través de su Hijo, Jesucristo, en persona, vida, obra, ministerio, pasión, muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo.

De manera que la Revelación ocurre de manera continua, constante y progresiva, aclarándose cada vez más hasta llegar a la plenitud con el suceso pascual: pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Dios se revela al Hombre a través de la Palabra. El destinatario de la Revelación es el hombre. Y es a través de la palabra de Dios que se accede a Él.

En el Nuevo Testamento se conoce La Palabra o Verbo como el mismo Dios, Creador de todas las cosas, “en el principio era el Verbo y el Verbo era Dios” “todas las cosas por El fueron creadas” (Jn 1, 1-3).

La Sagrada Escritura nos permite conocer lo que Dios ha comunicado al hombre a través de sus antepasados (Abraham, Moisés, los profetas) y ahora, a través de su Hijo Jesucristo.

El principio de la Revelación es Dios que se da a conocer a través de la palabra y de la historia por medio de su Hijo, Jesucristo. Dios entra en la historia del hombre, humanizado en Cristo, quien plena la Revelación de Dios. La palabra de Dios se ha humanizado y encarnado, se ha hecho carne en Cristo (Verbum caro factvm est et habitavit in nobis), “y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Cristo es el fundamento para conocer la Sagrada Escritura. Para penetrar en el conocimiento de la Sagrada Escritura es necesario conocer a Jesucristo, que es la luz, la Verdad y la Vida. Cristo es el instrumento necesario y fundamental. La Palabra de Dios es la Vida y la Visión de la Iglesia.

La Sagrada Escritura tiene un valor permanente en el tiempo. Su sentido y significado continúan vigentes ahora como en los primeros siglos. Fue verdad en los primeros siglos y es verdad actualmente, y lo seguirá siendo, por eso La Palabra es eterna.

La Sagrada Escritura tiene una naturaleza Divino-Humana. Dios, por medio del Espíritu Santo, inspiró al hombre a escribir su palabra y a transmitirla. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, confiada a los Apóstoles, quienes la guardaron y predicaron fielmente y por lo cual la conocemos hoy. Por tanto, la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura, sino también de la Sagrada Tradición, por eso, ambas constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, y tienen el mismo fin. La Palabra es el medio de llegar a Dios y alcanzar la salvación o vida eterna.

Gracias a la Tradición apostólica, la Iglesia, el hombre, conoce los libros sagrados. A través de la Sagrada Escritura, Dios habla sin intermediarios con la iglesia; y por medio del Espíritu Santo el Evangelio vive en la Iglesia; y a través de la iglesia se escucha en el mundo. La palabra de Dios no es solo lo escrito, la palabra de Dios es Viva y creadora y se renueva  al compartir la fracción del pan, en la comunión de Dios y los hombres, a través de la eucaristía.

La Constitución Dogmática Dei Verbum sitúa a las Sagradas Escrituras como fuente primaria, y ordena que sea accesible a todos los fieles junto a la Eucaristía y a evangelizar con la Palabra de Dios. La finalidad, fruto o recompensa de La Sagrada Escritura es alcanzar la Vida Eterna, la plenitud de la felicidad eterna (la tierra prometida a Abraham en el antiguo testamento).

La Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el sabio designio de Dios, están entrelazados y unidos, de modo que juntos, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen a la “salvación de las almas”.

El ministerio público de la palabra, la predicación pastoral, la catequesis, toda instrucción cristiana y la homilía litúrgica, se fundamenta en Las Sagradas Escrituras. Los prelados instruyen a los fieles para el uso correcto de los libros sagrados, sobre todo el Nuevo Testamento, y los Evangelios, a través de traducciones que no desvirtúen su sentido y significado.

Es fe, que la Iglesia se renueva constantemente en el misterio Eucarístico, esperando así un nuevo impulso de la vida espiritual, proveniente de la palabra de Dios que permanece para siempre.

La Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Revelación Divina abre nuevas posibilidades a la fe, ante la realidad del mundo contemporáneo, donde distintas tendencias dudan o niegan la existencia de Dios; en parte debido a la falta de una exposición adecuada de la doctrina y a fallas en la integridad de la vida de los miembros de la Iglesia.

En el Verbum Dei, la Revelación va más allá de ser un acontecimiento de comunicación con Dios, sino que entiende a Las Sagradas Escrituras como un hecho histórico, cultural y social de la vida del hombre, por lo que puede ser objeto de estudio a la luz de la razón humana, con métodos filosóficos y sistemáticos. “Permite y posibilita la ruptura de estrechos cauces intelectualistas del concepto de fe y facilita una nueva conexión de fe y praxis”(1).



(1)  Revelación. Pag. 387. Guía de Teología Fundamental para Laicos. Tema 3. Recopilación de Román Sánchez Chamoso.










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