PERFIL DE JESUCRISTO SEGÚN EL EVANGELIO DE SAN JUAN
Elaborador por: Riolama Fernández, Biol. M. Sc.
Ciudad Bolívar, 30 de Junio de 2009
El
evangelio según San Juan fue escrito para motivar la fe e incluso demostrar que
Jesús es el Hijo de Dios: “Esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es
el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo tengáis vida en su nombre”
(Jn 20,31), lo cual lo diferencia de los evangelios sinópticos que recogen
hechos y palabras de Jesús para fundamentar la catequesis básica de la iglesia.
El
evangelio de Juan fue el primero que afirmó con toda claridad la existencia de Dios en Cristo y su esencia divina. En este evangelio no existe mucho interés
en los datos históricos como tal, ni en lo que fue la vida de Jesús entre los
hombres, por lo que hay un aparente desorden en la presentación narrativa de
los hechos. Sin embargo, el evangelio de San Juan consiste en una composición muy
estudiada, elaborada con la clara finalidad de demostrar la divinidad de
Jesucristo, donde además “se hace referencia a las debilidades de la fe
presentes en tiempos de Jesús, lo que se refleja especialmente cuando Cristo
discute con los judíos” (1).
El
evangelio de San Juan se centra en la relación excepcional entre Dios (El
Padre) con Cristo (su Hijo Unico). Jesús es el hijo y ha salido de Dios. No hay
término medio entre el creador y la criatura por ello el Hijo es Dios con el
Padre y la más eminente de las criaturas. En Dios no puede haber algo que no
sea divino, por tanto el Hijo goza de la misma divinidad del Padre.
El
concepto de Dios como Trinidad se explica en el evangelio de San Juan. Si Dios
es uno solo, cómo entender que caben en él el Padre, El Hijo y el Espíritu. En
el evangelio de San Juan el tiempo es intemporal, es eterno o no transcurre,
Dios era, es y será siempre en el principio. Dios en su inmensa generosidad
engendró a su hijo de sí mismo en sí mismo “En el principio era el Verbo, y
el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). Dios es Padre en tanto
que engendró a su Hijo. El Hijo (Verbo) está en Dios y es Dios, no es inferior
al Padre, sino participa de su misma esencia divina.
Juan
nos habla del Verbo de Dios, o la Palabra o la expresión de Dios, que es el
Hijo. El Hijo es la expresión del Padre y su imagen, no es otro Dios ni parte
de Dios, sino Dios mismo. “Todas las cosas por él fueron creadas” (Jn
1,3). Dios creó el universo por el Verbo y para el Verbo. “nada llegó a ser sin
él”, con el Verbo y para el Verbo crea las innumerables criaturas que junto a
El llegarán a ser hijos de Dios.
El
cristianismo primitivo se desarrolló fundamentado en el elemento escatológico o
promesa de vida eterna, luego de la resurrección de Cristo. En este sentido, el
evangelio de San Juan motiva e impulsa la fe por lo que trasciende los hechos
concretos, constituyéndose en un continuo recordatorio de que la iglesia vive
por la fe y que sólo se salva por medio de la esperanza.
Mientras
en los evangelios sinópticos el interés se centra en el Reino de Dios, que
empezó a hacerse realidad con la venida y actividad de Jesús, mediante la
proclamación del evangelio; en el evangelio de San Juan, en cambio, se percibe
claramente que Jesús es El Evangelio, La Palabra, La Buena Nueva y que el
evangelio es Jesús. Solamente por la vida y especialmente por la muerte y
resurrección de Jesús, los hombres pueden ser admitidos a participar de las
bendiciones del Reino Mesiánico, y la bendición más estimable “es la vida de
Unión con el propio Cristo”. Esto significa que cuando a los hombres se les
ofreció el evangelio lo que se les ofreció y recibieron fue el mismo Cristo.
Los
evangelios sinópticos emplean el lenguaje técnico del judaísmo para describir a
Jesús: “El Hijo del Hombre”, “El Mesías”, “El Hijo de Dios”. Juan
recoge este lenguaje y lo desarrolla con una profunda reflexión cristiana sin
abandonar el lenguaje sinóptico de la esperanza mesiánica, tema que ocupa un
lugar prominente en este cuarto evangelio.
A
través del evangelio de San Juan se proclama la condición mesiánica de Jesús:
Juan el Bautista niega que él sea el Mesías (Jn 1,20; 3,28); las autoridades
(Jn 7,52), la gente del pueblo (Jn 7,25-31. 40-43; 12,34) y hasta los
samaritanos discuten el tema del mesianismo (Jn 4,29); y los primeros
discípulos proclaman la condición mesiánica de Jesús (Jn 1,41.49).
En
los evangelios sinópticos la condición mesiánica de Jesús está encubierta. En
ningún momento Jesús pretende arrogarse esta dignidad y manda a guardar el
secreto ( Mc 8,29). En cambio en el evangelio de Juan el secreto del mesianismo
de Jesús es a la vez encubierto y develado, aunque desde el principio del
evangelio se le proclama abiertamente, el mesianismo de Jesús en Juan está
escondido para los que no creen y revelado a los creyentes elegidos por Dios.
El secreto mesiánico consiste en que Jesús es realmente el Mesías, destinado a
la humillación y al sufrimiento.
La
dualidad temporal de oscuridad presente y gloria futura, característica de los
evangelios sinópticos, se sustituye en el evangelio de Juan por una tensión que
existe en el presente y se prolonga hasta el futuro, pues es cierto que el
Mesías permanecerá para siempre, pero su morada está en quienes lo reciben y
aceptan (Jn 12,34), es en ellos donde habita para siempre.
Las
descripciones de Jesús como “Hijo de Dios”, “Hijo del Hombre”, aparentemente
contradictorias, Hijo de Dios: obediencia de Cristo al Padre e Hijo
del Hombre: un ser celeste, según los evangelios sinópticos; en Juan se
aplica “Hijo de Dios” a un ser que participa de la naturaleza de Dios e “Hijo
del Hombre”, al que posee naturaleza humana.
Para
Juan, la relación de Jesús con Dios no es simplemente mesiánica, Jesús no es
sólo Hijo de Dios y actúa continuamente en unión con el Padre sino que es igual
a Dios. El Hijo de Dios encarnado en Jesús de Nazaret había vivido con el Padre
desde toda la eternidad. El Hijo no actúa por sí mismo sino que repite y
reproduce la acción del Padre (Jn 5,19), refleja perfectamente el carácter del
Padre (Jn 14,9) y ver a Jesús es ver al Padre. De esta manera el evangelio de
Juan explica mejor que los sinópticos el auténtico sentido de la filiación
divina.
En
cuanto a “Hijo del Hombre”, Jesús vive una vida sencilla como cualquier ser
humano, abocado al sufrimiento y a la muerte y se manifiesta lleno de gloria en
los evangelios sinópticos. En Juan, la condición “Hijo del Hombre” tiene un
sentido más trascendental o escatológico (Jn 5,27). La muerte es un elemento
clave en la doctrina de Juan, donde la muerte de Jesús es su glorificación (Jn
3,44; 6,53; 8,28; 12,3. 34).
Del
evangelio de Juan se deduce la preexistencia de Jesús (Jn 1,1.30), es decir que
el Hijo de Dios estaba en el cielo, bajó del cielo y subió de nuevo al cielo.
El Hijo de Dios une al cielo y la tierra (Jn 1,51) y es el Hijo del Hombre el
que ofrece a la humanidad el verdadero alimento de vida eterna (Jn 6,27). Esta
función de “Pan de Vida” del Hijo del Hombre no es incompatible con su muerte,
ya que Juan interpreta la muerte como una representación de la bajada a las
profundidades de lo humano y al mismo tiempo su ascensión a la gloria del Padre.
En
Jesús, divinidad y humanidad están unidas en indisoluble unidad. El Hijo del
Hombre es el hombre que también es Dios y que está simultáneamente en el cielo
y en la tierra (Jn 3,13). “En Juan se incluye un nuevo aspecto de la relación
de Jesús con la humanidad. Jesús es el portador de la Revelación. La gloria del Hijo del Hombre es su revelación
del carácter y naturaleza de Dios. A través de Jesús, Dios proclama su propia
naturaleza, su divinidad y la divinidad de la vida creada. Según su naturaleza,
los hombres no nacen de Dios, pero los que aceptan a Jesús y su misión, sí lo
son, estos forman una nueva humanidad cuya fuente y modelo es el Hijo de Dios.
Es así como Jesús entra en relación con la humanidad, con la nueva humanidad
redimida” (3).
Desde
el inicio del evangelio de Juan y también a través de todo el evangelio, se
insiste en que la Palabra – o el Verbo se hizo carne, pero el Verbo es Dios, no
hombre, y su relación con el hombre se funda en su encarnación, la encarnación
de Cristo, de manera que el hombre celeste es también hombre terrestre, con las
fatigas y tristezas humanas (Jn 4,6; 11,34). Así, Jesús es el Verbo encarnado.
La palabra se hizo carne. La carne se convirtió en vehículo de vida espiritual
y de Verdad. “La encarnación en sí misma fue sacramental en cuanto a representación
visible de la Verdad. En el evangelio de Juan no hay un relato sobre la
institución de la eucaristía sin embargo pareciera contener más doctrina
sacramental que los otros evangelios. Juan destaca la actuación del Espíritu
Santo y minimiza el significado del agua, del pan y el vino” (3).
Asimismo,
Juan usa para describir a Jesús, un lenguaje apocalíptico: “Jesús es el
principio y el fin, el creador y el juez, la Verdad absoluta tanto de Dios como
de la humanidad. Por ser verdadero Dios y verdadero hombre, por ser imagen de
Dios y arquetipo de la humanidad, es el mediador entre Dios y los hombres y así
también es mediador del verdadero conocimiento y de la salvación” (3).
El
evangelio de los “signos”. Los Milagros
El
evangelio según San Juan recoge siete (7) milagros como el anuncio o muestra de
lo que Jesús realizará a lo largo de la historia. Los milagros se narran para
captar en ellos la realidad de Cristo por medio de la fe (Jn 2,23; 3,2; 10,38;
14,11), constituyen una manifestación de la gloria de Cristo (Jn 2,11). Los
milagros de Jesús se describen como “signos” o señales (Jn 4,48). Los milagros
expresan figurativamente lo que es la salvación: curar a los enfermos,
alimentar a los hambrientos, dar vista a los ciegos y resucitar a los muertos.
Salvación es remediar las flaquezas de la humanidad, comunicándole luz a la
vida. Jesús destruye el pecado y concede a los hombres el conocimiento de la
vida. Siendo Jesús el Hijo eterno de Dios hecho hombre, no vino solamente para
enseñarnos a ser mejores o más religiosos, sino para transformar la creación y
para hacer de nosotros los verdaderos hijos de Dios.
El
evangelio de las “horas”
En
el evangelio de Juan se evidencia el conocimiento que tenía Cristo de su
destino como hombre, el cual era el sufrimiento, la incomprensión hasta la
crucifixión, necesaria para su glorificación y cumplir el mandato del Padre, su
misión en la tierra: el perdón de los pecados y la redención de la humanidad.
Cuando
Jesús sube a Jerusalén sabe que su muerte es posible, pues su prédica tocó el
nervio central del pueblo judío, donde lo religioso y lo político, así como lo
militar y lo económico estaban unidos. Su prédica de amor al prójimo iba en
contra de las convicciones de los judíos, quienes no iban a aceptar la entrada
en el templo de gentiles ni paganos, “y ahora viene un idealista a quien se le
ocurre proclamar que a Dios hay que adorarle en espíritu y Verdad, que no tiene
que haber distinciones entre judíos y gentiles, entre hombres y mujeres, entre
gente rica y gente pobre, entre sanos y enfermos, porque Dios quiere a todos
con amor infinito” (2), por ello le declararon un falso profeta. Cuando se
lucha por la Verdad, se sabe que se está expuesto a perder la vida. Jesús iba
en contra de los magnates del templo, por ello fue perseguido hasta la muerte.
La
expulsión de los mercaderes del templo, que en el evangelio de Juan aparece en
el segundo capítulo, “el evangelista lo coloca al principio, pues según su
concepción de la práctica de Jesús, la actuación de Jesús en el templo resume
prácticamente todo su mensaje y su misterio” (2). Juan relaciona el episodio
del templo con la muerte y resurrección de Jesús, cuando dice “destruyan
este templo y yo lo reedificaré en tres días” (Jn 2,19), “en realidad
Jesús hablaba de este otro templo que es su cuerpo” (Jn 2,21),“solamente
cuando resucitó de entre los muertos sus discípulos recordaron lo que el había
dicho y creyeron tanto en la escritura como en las palabras de Jesús” (Jn
2,22).
Su
destino como redentor Cristo lo llamaba “la hora”: “Para ustedes todas la
horas son buenas, pero yo tengo mi hora que aún no ha llegado” (Jn 7,6). “Mi
hora aún no ha llegado” (Jn 7,8). “Ha llegado la hora en que el Hijo del
Hombre va a recibir su gloria” (Jn 12,23). “Acaso diré: Padre líbrame de
esta hora. Pero no, pues precisamente llegué
a esta hora para enfrentar esta angustia” (Jn 12,27). “Ahora es
glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. Y si Dios es
glorificado en él, también Dios se glorificará. Y pronto lo glorificará”
(Jn 13,31-32)
La
Salvación
En
el evangelio de Juan se hace una explicación muy rica de la salvación sin usar
un lenguaje ni judaico ni cristiano, sin embargo expresa lo que desde un
principio estaba en la fe. La salvación es el fruto de la vida humana de
Cristo, que incluye su muerte y su resurrección y consecuentemente se revela a todas sus acciones.
El
hecho de que la salvación fue realizada por Cristo Jesús y a través de él se
ofrece al hombre es el tema principal del evangelio de Juan. Dios no
envió a su hijo para juzgar al hombre sino para salvarlo (Jn3,17; 12,47). Los
que creen que Jesús es el Mesías, El Hijo de Dios, tienen vida en su nombre (Jn
20,31). Recibir a Cristo es hacerse hijo de Dios (Jn 1,12). La actividad
salvífica de Jesús está dirigida a las necesidades de los hombres. La Salvación
es una experiencia presente que Dios concede al hombre por medio de los
sacramentos, lo que implica la bajada de un Dios redentor a este mundo
abandonado al imperio del pecado, de la ignorancia y de la muerte. A su vuelta
a los cielos, el redentor deja los medios sacramentales para que los hombres puedan
seguir sus pasos y elevarse a la divinidad. Jesús es el Sacramento.
BIBLIOGRAFÍA
1.
La
Biblia Latinoamericana.
2.
Guía
de Cristología de Teología para Laicos.
- KINGSLEY BARRET, Charles. El Evangelio según San Juan.
Muchas gracias por publicar el evangelio de san juan, me ayuda bastante para poder orar en las mañanas al despertar, para agradecer por un día más de vida y de salud.
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